Solo son pensamientos
En medio de un episodio psicótico, Maria Liv Kjærgaard está consumida por el miedo. Pero no todo lo que alberga es miedo. La verdadera Maria también está ahí dentro, y se muere por salir.
Maria Liv Kjærgaard
dinamarca
23 años. Hija única.
Profesión
Estudiante de Administración Pública.
Diagnótico
En 2014, a María se le diagnosticó esquizofrenia paranoide, Trastorno Obsesivo Compulsico (TOC) y Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) con impulsos de autolesión.
Una niña de 4 años está de paseo por el puerto deportivo con su padre. Acaban de tomar helados y ahora van hacia el agua. Su padre le da permiso para caminar por el borde del embarcadero. A un lado, está su padre con bermudas; al otro, las profundas aguas. De vez en cuando, él le suelta la mano, para que la niña encuentre su punto de equilibrio. A continuación, la vuelve a agarrar. Los padres de la niña están divorciados. Ella se moría de ganas de pasar tiempo con él y su padre se está riendo.
Pero en la otra mano lleva una cerveza, y se está riendo porque está borracho. Su atención se vuelca en los viandantes, a los que saluda con efusividad. La niña quiere ir cogida de su mano todo el tiempo. El sol brilla en el cielo. Quiere dejar de caminar por el borde. En lugar de eso, Maria , así se llama, tiene la vista puesta al frente y está concentrada: no debe dar un traspiés.
Mucho antes de que a Maria le diagnosticaran esquizofrenia paranoide, el mundo ya inundaba sus sentidos con información. Todo solía entremezclarse para formar un único mensaje: ¡cuidado, peligro! De adolescente, Maria vigilaba atentamente todo lo que la rodeaba. Observaba las ordenadas casas en las que vivían sus compañeros, cómo todos tenían su propia habitación. Sus cajones estaban repletos de prendas de ropa que les quedaban perfectamente y, cuando se sentaban a la mesa para cenar, todo el mundo hablaba libremente. Cuando visitaba estas casas, los pensamientos daban vueltas en la cabeza de Maria. Su ropa estaba desaliñada y era demasiado pequeña. ¿Se darían cuenta? Si un adulto se fijaba en ella y le preguntaba algo, ¿sabría ella la respuesta correcta? Maria se acobardaba. Cuando le hablaban, contestaba con monosílabos y, si alguien le preguntaba a qué se dedicaba su madre, ella mentía.
Maria sabía mucho sobre las vidas de la gente corriente. Pero no sabía casi nada sobre la suya y prefería no saberlo. La puerta del mundo de Maria estaba cerrada y ella hacía guardia constantemente para asegurarse de que no se abriera. Porque Maria había escuchado cosas que sus amigas nunca habían oído. Seguro que ellas se habían sentado en un sofá con sus madres, pero ninguna de ellas se había sentado en un sofá con su madre y la había oído decir: “Tu padre está muerto”. Y se había enterado de que había muerto porque se había ahorcado.
Maria no recuerda haber reaccionado a la noticia. Aquella tarde, en el sofá, ella tenía 12 años. Después de aquello, su madre, Mette, se sumió en una oscuridad mental. Perdió su trabajo, a sus amigos, y se dejó caer cada vez más profundamente. Pero todavía tenía a Maria, y su hija intentaba hacer que volviera en sí. Cuando Maria volvía a casa del colegio, su madre estaba sentada en la esquina del sofá, exactamente donde Maria la había dejado, con la camiseta manchada de ceniza de cigarrillo y comida. A veces, Maria se decidía a darle un baño. Pero Mette pesaba tanto y era tan apática que todos los pasos de esa tarea eran un reto para Maria.
“Ojalá alguien hubiera intervenido antes”, dice hoy la madre de Maria. “Estaba muy enferma y no podía cuidar de Maria. Pero yo era incapaz de verlo”. Los días se convirtieron en meses y, cuando Mette ingresó por fin en psiquiatría, había pasado un año y medio.
En la mente de Maria, reside un recuerdo de cuando tenía 16 años y vivió durante un año en una escuela secundaria. Allí hizo una amiga y las dos se echaron novios. Los cuatro amigos del alma. Un día, empezaron a perseguirse los unos a los otros con pistolas de agua y acabaron empapados, chillando y resbalando en agua jabonosa, empujándose bajo las duchas para conseguir empapar aún más a los demás. Tardaron días en limpiarlo todo. Esa guerra acuática tiene un lugar destacado en la mente de Maria: una época en la que su cabeza todavía tenía las ideas claras. Todo era alegría, recuerda ella. Y el recuerdo de esa alegría sigue brillando hoy en día.
Cuando volvió a casa, entró en el instituto. Todo fue bien al principio. Luego, las cosas empezaron a ir bien unas veces y mal otras. Al final, todo fue de mal en peor. Empezó a imaginar cosas horribles, y las fantasías se volvieron más intensas. Tenía que luchar contra ellas para evitar que se convirtieran en algo real. Al final, era Maria la que se acurrucaba en un rincón del sofá temblando y, después de cuatro años, fue ella la que ingresó en psiquiatría.
Se había sentido tan sola. En el hospital había más gente como ella y personas que la entendían. Maria recuerda un día que estaba sentada en el patio, intentando distraerse de sus pensamientos obsesivos balanceándose hacia delante y hacia atrás. Tenía a una enfermera sentada al lado. Maria anhelaba contarle lo que sentía, y la enfermera seguía allí sentada. Entonces, dejó salir todos sus pensamientos. A Maria le aterrorizaba convertirse en alguien que torturaba a los animales. En una asesina. En una pirómana que prendía fuego a las casas y disfrutaba viendo cómo las llamas lo consumían todo. Tenía miedo de estar transformándose en algo inhumano. “Maria”, dijo la enfermera. Maria notó cómo le acariciaba la mejilla. “Solo son pensamientos”.
Diagnosticaron a Maria. Empezó a tomar medicamentos, le dieron el alta y la trasladaron a un hogar comunitario para jóvenes con enfermedades mentales. Todo iba a salir bien.
Pero cuando siente los terrores, Maria explica que es como si un fuego le abrasara la piel. Y sentía esos terrores a menudo. Cuando retomó sus estudios, el rizador de pelo quería quemar su casa. Si iba a comprar cigarrillos, la gasolinera amenazaba con explotar. Un hombre malvado acechaba en la lavandería de su residencia. Maria se escondía en su habitación y bajaba las persianas. Por la noche, hacía pis en un vaso para no tener que salir de su cuarto.
Una vez más, ingresó en el hospital.
Una planta de psiquiatría es como una sociedad en miniatura, en la que habita una amplia variedad de gente. En palabras de Maria, la planta es un sitio a la vez seguro y peligroso. Durante su segunda estancia, conoció a un director ejecutivo al que habían despedido y que lo había perdido todo, a una prostituta que consumía drogas y tenía trastorno por estrés postraumático, y a una señora bajita de unos sesenta años que la miraba con malicia porque estaba segura de que Maria le había robado el marido. También conoció a una chica joven con el mismo diagnóstico que ella y a un alcohólico llamado Jan.
Dentro de la mente de Maria, se reproducía una escena en un bucle interminable. Un hombre malvado se abalanzaba sobre ella y le rajaba la garganta. “Solo son pensamientos”, se repetía Maria a sí misma cada día, recordando las palabras de la enfermera. Solo son pensamientos. Pero un día su delirio se hizo realidad en la sala de la televisión. Un delirio de carne y hueso que golpeó a Maria con fuerza en la entrepierna y chilló: “¡Te voy a rajar el cuello!”.
La entrepierna le dolía. Aquello no era ninguna fantasía.
Pero no la había golpeado ningún hombre. Había sido la señora bajita y desconfiada. El personal del hospital vino corriendo. Pero, ¿podrían proteger a Maria por la noche? ¿Se colaría la señora en su habitación y la mataría mientras dormía? Maria se pasaba las noches en vela y tuvo que tomar más pastillas para dormir.
Pasaron los meses. Los pensamientos obsesivos persistían, pero Maria cada vez tenía más espacio para sí misma. La chica de su edad estaba llorando, así que Maria se sentó a su lado para consolarla. “Todo saldrá bien”, le dijo, y la chica se calmó. Jugaba a las cartas durante horas con Jan, que no se parecía en nada a los hombres de sus delirios. Lo llamaba “tío Jan”. Él estaba completamente convencido de que había esperanza para Maria, y se lo decía a menudo. “Esto es solo una fase por la que estás pasando ahora”, le aseguraba.
La señora bajita salió de su estado de psicosis y le pidió perdón a Maria. Y Maria volvió al hogar comunitario y, más tarde, pasó a un centro especial de tratamiento de intervención temprana para jóvenes con esquizofrenia. Allí es donde está ahora.
Maria ha descubierto fuerza en su interior. Ya no se siente avergonzada. Escribe artículos de opinión y habla en programas de radio sobre su enfermedad mental. También es embajadora de los jóvenes con enfermedades mentales, como parte de una campaña nacional en contra de la estigmatización. Hace poco, recibió una carta de una chica que le pedía consejo, y eso la llenó de una alegría inusual.
Aun así, sus sentidos siguen estando a flor de piel. Si se pasea por la calle Nørrebro, el olor de los kebabs y los tubos de escape le molestan, el color amarillo de las señales la deslumbra, el bullicio y el estrépito la acorralan por todas partes. Y si alguien habla con ella, puede oír el suave sonido de su lengua chocando contra el paladar.
Y luego están los pensamientos obsesivos, que insisten, por ejemplo, en que su madre fume exactamente de la misma forma que fuma Maria, con el mismo sonido al expulsar el humo. A Maria le gustaría poder hablar más sobre estos pensamientos, pero es demasiado peligroso. Mette expulsa el humo exactamente como Maria necesita que lo haga. Suelen pasar tiempo juntas, jugando a juegos de palabras, a las cartas o recitando rimas para distraer a Maria de sus pensamientos. Todos los días se mandan mensajes para desearse los buenos días y las buenas noches.
El objetivo de la terapia de Maria es ayudarla a mantener el equilibrio. Ha retomado sus estudios una vez más y pronto empezará a prepararse para su próximo examen. La gente contacta con Maria y ella responde. “¿Puede alguien hacerse amigo tuyo, Maria?”.
“Sí, claro, soy muy sociable”.
“Tú puedes hacerte amiga de alguien, pero, ¿puede esa persona hacerse amiga tuya?”.
Pausa.
“Siempre habrá una parte de mí que sea desconfiada, supongo”. Maria duda. “La mayoría de las personas probablemente solo se hagan amigas de la María superficial”. Sin embargo, ella explica que, de vez en cuando, la persona a la que llama “la auténtica Maria” sale a la luz. “Sí que confío en algunas personas”.
“De vez en cuando, el tío Jan tiene razón”.