Podía ver, podía pensar, pero era incapaz de mover ni un músculo
Masashi Fujisawa quería destacar. Pero la ansiedad le obligó a aislarse.
Masashi Fujisawa
Japón
35 years old. Lives with parents and two siblings.
Profesión
Empleado a tiempo completo en una organización que ayuda a las personas que viven con discapacidades físicas y mentales a encontrar trabajo.
Diagnóstico
Trastorno de ansiedad general (TAG). Masashi no ha experimentado palpitaciones o sudores en muchos años.
Los pasajeros del metro de Tokio están inmersos en sus pensamientos. Masashi no tendría por qué llamar su atención, pero eso podría cambiar en cualquier momento. La sola idea le provoca, a este esbelto estudiante de 21 años, ganas de agazaparse bajo el asiento y protegerse la cabeza con las manos. Su corazón late cada vez más rápido: le va a estallar. Masashi intenta mantenerse inmóvil. Su cara brilla por el sudor. Si se muere ahora, todo el mundo lo mirará.
En la actualidad, Masashi tiene 35 años. Cuando recuerda su vida, parece que un horrible sentimiento de pavor le ha acompañado desde que era pequeño. De niño, sentía el miedo a que su padre se enfadara y le levantara la voz, a que los chicos más fuertes se metieran con él, a que el profesor le golpeara la cabeza con los nudillos.
Le resultaba imposible defenderse ante tantas humillaciones. Se recluyó tanto en sí mismo que, aunque a veces anhelara salir de su aislamiento, era incapaz de hacerlo. Aquel día en el metro no era la primera vez que perdía el control de su cuerpo de forma repentina e inexplicable. “Tenía mi vida bajo control. Pero había ido sufriendo temblores y sudores cada vez con más frecuencia, aunque no tan aterradores como los de aquel día en el metro. Y, por la noche, se me paralizaba el cuerpo: podía ver, podía pensar, pero era incapaz de mover ni un músculo”.
Poco tiempo después, le diagnosticaron ansiedad. Sin embargo, eso no impidió que la ansiedad siguiera invadiendo su vida. Algo más tarde, Masashi no se atrevía ni a salir de casa. Y no se plantea recurrir a sus amigos.
“No podía pedirles ayuda. ¿Cómo iba a confesarles mi debilidad? Todos me veían como un triunfador. Era una vergüenza que me sintiera así de miserable”.
Masashi Fujisawa
Masashi no era el único incapaz de expresar lo que le estaba pasando. Según recuerda, toda su familia se sumió en un profundo silencio.
Cuatro años después del incidente del metro, la enfermedad había tomado el control por completo. Masashi dejó sus diferentes trabajos, se recluyó en casa y pidió la baja por incapacidad. Entonces, una tarde, mientras estaba sentado zapeando, vio algo en la tele que captó su atención. Estaba hablando un psiquiatra de adolescentes. Un psiquiatra especializado en aislamiento social. Cuando Masashi recuerda su primera reacción a las palabras del especialista, su voz se vuelve más aguda: “Pensé: ¡ese soy yo! ¡Está describiéndome a mí!”.
Esa experiencia hizo que Masashi pasara a la acción. Poco más tarde, se encontraba, junto a su padre, sentado en la consulta de ese mismo psiquiatra. Unos años después de esa primera consulta, Masashi estaba listo para empezar a trabajar en un lugar donde aceptaran a empleados vulnerables. Ahora, ya puede trabajar a tiempo completo y acaba de hacer sus exámenes de fin de carrera.
Incluso es capaz de volver a ir en metro.
It was a rare moment. I felt so comforted. The psychiatrist was on my side!
Masashi Fujisawa
Reclaiming his life
Masashi was 25 at the time and completely cowed by fear. It was a powerful tyrant that he would have to reclaim his life from. The psychiatrist set his new patient many demanding tasks so that he would succeed – and also involved the family. He asked Masashi’s father to sign a contract in which he promised not to yell at his son, and to listen to him without interrupting. Masashi’s father signed. Today Masashi says with a smile that, while his father certainly hasn’t always lived up to the contract’s terms, nothing is as it was before.
Some years after that first consultation, Masashi was ready to be eased into a workplace that accommodated vulnerable employees. In the beginning, he worked three hours a day. He also started taking psychology classes at correspondent university. In them, he’s been learning to understand not only himself, but also the people who it’s become his job to help – for Masashi was hired by an organization that assists people who have physical and mental disabilities. “My job is to support our clients in finding work. I can use my psychological knowledge to coach them in solving their problems.”
“My life has changed slowly,” he adds. Yet the changes have been substantial: now he can work full time and he has just taken the last exams for his degree. He’s even able to ride the metro again.
That doesn’t mean that he’ll never feel vulnerable again. Masashi’s newly won resilience is tested frequently. He says that recently, for instance, his manager called him into his office. The manager’s booming voice often makes Masashi start. “What springs to mind is: What did I do wrong? But I try to follow the instructions on how to deal with my fears: I delay my response. I monitor myself. And I remind myself that as a last resort, I can ask my psychiatrist to intervene on my behalf.”
Just the thought of being under his psychiatrist’s protection was enough. The inner trembling that warns of approaching anxiety started to subside. His body told him that he was calm.
Then he walked into his manager’s office.